miércoles, 23 de junio de 2010

El silencio


El silencio

El silencio. Purificación, cuerpo, silencio. El silencio es condición sine qua non de la vida interior: «Tu cuando ores entra en tu cuarto y después de cerrar la puerta ora a tu Padre que está allí en lo secreto» (Mt. VI,6)

El silencio tiene muchos grados, muchas formas, muchas actitudes. En la mística, se empieza por lo que se llama el silencio de los sentidos. El silencio físico es el primero, el silencio como punto de encuentro con lo divino. El silencio como punto de encuentro con algo que no se deja oír, porque no le dejamos que se manifieste.

El siguiente silencio es mucho más costoso, mucho más problemático, mucho más difícil: el silencio mental o psíquico. Vivimos desgarrados existencialmente, vivimos desgarrados por el sufrimiento, por la incomprensible presencia del mal en la vida del hombre. Vivimos desgarrados por los deseos. Por tantas cosas que gritan llamando nuestra atención para ser deseadas. Vivimos desgarrados por nuestros miedos, que se alzan vociferantes para detener nuestros pasos. Y todo eso genera ruido, un ruido que nos impide oír y que nos impide enfrentarnos con una realidad que está llamando a la puerta, pero que no oímos. Segundo momento de silencio: el silencio psíquico, este cuesta más trabajo que el anterior. Este es el que aparece imprescindible en todas las culturas contemplativas.

Para la vida espiritual es necesario el sentido de la «epogé» del que hablaba Husserl en la filosofía existencia, es decir, el poner entre paréntesis. Y lo que debe ser puesto entre paréntesis, en este caso, es mi yo entero. Y el silencio es el paréntesis que encierra mi yo.

Esa epogé sirve para encontrarme con mi propia desnudez. La desnudez espiritual es absolutamente imprescindible, aquello que llevó a Francisco de Asís a quedarse desnudo en la plaza delante del obispo y decir "en este instante empieza mi camino espiritual", y con esto significo que no hay nada que me ate", ese acto de desnudez es un acto fundamental en la vida para poder avanzar hacia el fondo de lo divino. La desnudez espiritual es absolutamente previa a toda otra cosa, necesitamos desnudarnos, quitarnos todas las capas que tenemos encima y eso, que no es nada fácil, forma parte íntegra del silencio. Desnudez del éxito, de la vida, del que dirán, de lo que opinan los demás. Desnudez de mis propios apegos, es decir, de aquello que me gusta, de aquello que quiero, de aquello que me ata. En el fondo nos encantan las ataduras, estar atado a lo hondo de la caverna es muy confortable, estar atado a lo terreno, a la tierra, a lo físico, da mucha seguridad y la vida espiritual es riesgo; y la vida espiritual es, con frecuencia, frío y desconcierto. ¿Por qué supo Abraham que era Dios quien le hablaba? Porque no sabía adonde iba, porque aquello que Dios le pedía era una locura, por eso sabía Abraham que era verdadero. ¡Sal de tu tierra y deja todo y vete! ¿A dónde? No se sabe.

La vida espiritual es pura fascinación, pura locura, no saber a dónde se va, y cuanto menos sepamos a dónde vamos, y cuanto menos trillado sea el camino, más seguros estamos de que es verdadero. El camino espiritual es riesgo, es desnudez, es simplicidad. La simplicidad consiste en desprenderse del yo, de todo lo que es múltiple, de todo lo que no es el Uno. Lo que Dios quiere es la pureza del corazón del hombre. No hay más sacrificio que un corazón puro, es decir, desnudo, sin ataduras, completamente entregado a una Realidad que se le escapa, que reside en la oscuridad que está al fondo del camino espiritual, que encierra aquella Tiniebla Luminosa de la que hablaba Dionisio. Precisamente en la tiniebla, en esa tiniebla oscura, en esa densidad se oculta lo que nosotros vamos busc

María Toscano / Germán Ancochea

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