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El
silencio como continuidad es aquél que descubre el hombre
que se ha liberado de su memoria, de sus gustos y emociones.
Ese silencio es entonces centro; un centro que pone en cuestión
el establecimiento de cualquier relación; un centro que
ciertamente es ahora, nada.
Hay una puerta en el alma abierta al espíritu que, aunque
escondida, muy escondida, nada ni nadie puede cerrar. A esa puerta se accede dejándose mirar por el Señor. Cuando la práctica
constante de esta suerte de “introducción” en los “ojos” de Dios acaba por
ganar las hora y los días, el silencio que hay en el alma despierta y eso, eso
que está molestando fuera, apaga su furor.
Albertus in eremo